20 de diciembre de 1998
Una recorrida por la muestra de Carlos Pellegrini en el Museo Nacional de Bellas Artes con Jorge Baron Biza, autor de “El desierto y su semilla”.
Jorge Baron Biza ya está en el museo, y por la fluidez con la que se mueve en la sala pareciera que llegó un rato antes para no ser tomado por sorpresa por las pinturas y dibujos de Carlos Enrique Pellegrini, nacido en Francia en el año 1800 y que llegó al país en 1828. “En el ’30 abre un taller de retratos”, dice el escritor que además es crítico de arte. “Pellegrini tenía como competencia a un francés que era muy lento, entonces él se convierte en el Henry Ford del arte retratista: se impuso como método hacer un retrato cada dos horas”, dice el autor de El desierto y su semilla. “La enorme escasez de materiales lo obliga a ahorrar muchísimo, pero no perjudica en ninguna manera sus valores artísticos, sino que al contrario, los acentúa. Esa urgencia por ganar dinero pone una nota de modernidad y de observación en los personajes. Más que una penetración psicológica, Pellegrini tiene una fascinación por el detalle burgués y una intuición fisonómica del retratado. Yo veo una barrera en los ojos que pinta Pellegrini, sobre todo en las mujeres. Son ojos bastante inexpresivos, bonitos, grandes, pero un poco que frenan, que dicen ‘hasta acá llegás’. Se llega hasta la cara, hasta la fisonomía, pero no al interior”.
Para Baron Biza, Pellegrini se siente más cómodo en los cuadros donde pinta escenas de la ciudad. Y toma como ejemplo la Iglesia de Santo Domingo. Acá está a sus anchas, y eso se nota en la perspectiva, que es uno de sus elementos, y en los trabajos de plano y los detalles». Y se admira por «la seguridad con que él trabaja cuando se trata de arquitectura». Mirando el cuadro ríe, recordando una película de Woody Allen: “Robó, huyó y lo pescaron”. El personaje que aparece en la pintura con el cello lo lleva a una escena en la que Woody Allen consigue un trabajo como cellista en una banda que desfila: Allen anda con un banquito en el que se sienta, toca el cello un poco, y sale corriendo para alcanzar a la banda. Más allá de las comparaciones entre cuadros y películas, el autor de “El desierto y su semilla” siente admiración por Pellegrini, quién además de ser pintor e ingeniero, tuvo otras preocupaciones. «Cuando en una época de su vida se va al campo, trata de crear un sistema de ideogramas para marcar el ganado», recuerda Baron Biza. «Hubiese sido genial que de un sistema de ideogramas para ganado hubiera salido una especie de escritura china argentina, basada en lo que ha sido siempre la Argentina: la vaca, el toro y la propiedad».
“El Henry Ford de los retratos”, una recorrida por la muestra de Carlos Pellegrini en el Museo Nacional de Bellas Artes con Jorge Baron Biza, en Página/12, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.