Una venus para Boticelli

Jorge Barón Biza | 8 de Febrero de 2001|

Fue amante de Giuliano de Medici y pariente del italiano que dio su nombre al continente americano. Se llamaba Simonetta Vespucci, la mujer cuya pálida belleza capturó la mirada de Boticelli hasta el punto que la convirtió en modelo de dos de sus pinturas más conocidas.


Debió ser hermosa. La pintaron Piero di Cosimo, Ghirlandaio y Boticelli. El poder seguramente influyó. Simonetta Vespucci fue la amante de Giuliano de Medici, hermano de Lorenzo el Magnífico, quien hizo de Florencia la capital del Renacimiento.

Poco, muy poco se sabe en concreto de ella. Los agujeros de la historia los rellenó el escritor colombiano Germán Arciniegas, que escribió un libro sobre esta musa que inspiró uno de los períodos más fecundos del arte.

En esos tiempos Florencia tenía 300 mil habitantes acosados por la peste, las guerras civiles e internacionales, las polémicas religiosas y la codicia del capitalismo en pañales. Sin embargo, los museos no tienen suficientes salas para mostrar todo el arte sublime que se produjo en pocos años de fines del siglo XV y comienzos del XVI.

Premonitoriamente, Simonetta nació en Portovenere (Puerto Venus). Pertenecía a la familia Vespucci, uno de cuyos miembros dio su nombre a América por un famoso mapa. Sabemos que Simonetta brilló y murió muy joven, quizá de fiebres palúdicas. Su amante, Giuliano, fue asesinado en 1478, durante la conspiración de los Pazzi, familia rival de los Medici.

Pero alguien no la olvidó. Su recuerdo fue el modelo –ideal, porque en esos tiempos los pintores no podían soñar con poseer a las grandes damas- de Boticelli, que la evocó, siempre desnuda, en El nacimiento de Venus, La Primavera, y otras obras, hasta crear un tipo de mujer de una sensualidad remota y pálida.

Pasaron los años y la moda neoplatónica. El severo predicador dominicano Savonarola tomó el poder en Florencia. Se dice que el mismo pintor, embargado por sentimientos místicos, llevó sus obras de inspiración pagana a la pira donde el reformador religioso convirtió en cenizas gran parte de las obras maestras de uno de los períodos más gloriosos del arte.

La conmoción en Boticelli fue tan profunda que hasta cambió su estilo pictórico. A los ritmos curvos y sensuales teñidos de pálidos tonos pastel del período neoplatónico, sucedieron líneas duras, en zigzag, colores dramáticos. A los gestos apacibles de las venus desnudas, sucedieron las caras crispadas de La Pasión. Aunque las denotaciones no son muy seguras, parece que en uno de sus últimos cuadros se salió de la temática religiosa. En La Alegoría de la calumnia (actualmente en la Galería de los Uffizi de Florencia), pintó a la derecha a un señor poderoso asediado por unas brujas difamadoras. En el otro extremo, la Verdad eleva su brazo al cielo. La Verdad tiene la figura de la inolvidable Simonetta… y por supuesto, está desnuda y desprotegida.


“Una Venus para Boticelli”, en La Voz del Interior, suplemento Cultura, 8 de febrero de 2001.

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