París no se rinde

Jorge Barón Biza | 15 de Febrero de 2001|

La fortaleza económica de Europa le permite a la capital francesa recuperar el liderazgo que Nueva York le arrebató después de la Segunda Guerra Mundial.


Los Estados Unidos marcaban hasta poco tiempo atrás el ritmo en el mundo de las artes plásticas. Respaldados por el poder económico que, como a ellos les gusta, se expresa a través de poderosas empresas privadas de venta y remate de obras, apuntaron a objetivos que van mucho más allá de los dólares: por ejemplo, las artes plásticas y la arquitectura tuvieron un papel importante en la batalla fría contra la Unión Soviética. En contraste con el opaco y uniforme realismo socialista, los Estados Unidos mostraban un escenario en el que la variedad de escuelas y la audacia de las teorías revelaban una libertad innegable.

Este florecimiento contó con el respaldo de una clase política que reconocía la importancia del liderazgo cultural y una opinión pública orgullosa de los logros de sus artistas, difundidos generosamente en todo el mundo por los medios de comunicación controlados por Estados Unidos. Un sistema educativo flexible y generoso completaba el cuadro.

 

Todo cambia

El viejo y bohemio Village de Nueva York se convirtió, gracias al prestigio del arte, en caro y turístico. Los artistas se mudaron en los ’70 a otras áreas como el Soho y el Bowery, donde lucharon a brazo partido con los vagabundos y borrachos por la posesión de ateliers y lofts. Ahora, los artistas desaparecieron mientras los homeless proliferan.

Desde la década de los ’80, con las administraciones de Reagan y Bush, las becas y subsidios para investigación artística otorgados por el gobierno se evaporaron. Detrás de los argumentos de ahorro se esconde una actitud de desconfianza hacia el arte y la cultura por parte de “la otra América”, la que constituye el electorado conservador, puritano y que residen en poblaciones pequeñas en las que las grandes urbes tienen siempre un aura diabólica.

Con W. Bush en el poder, esta América tendrá mucho que decir en los próximos años.

Los políticos que representan esta tendencia originaria hacia el aislacionismo y fundamentalismo no están muy interesados en el liderazgo cultural ni en las abstrusas teorías estéticas. Tampoco están muy interesados en gastar plata en cuadros.

A pesar de los brillantes resultados (en pocas décadas, los Estados Unidos formaron los mejores museos del mundo), desde el punto de vista ferozmente individual que ahora predomina en la inversión en arte “no rinde”, sencillamente porque a la larga termina en una institución estatal, ya sea porque su propietario quiere perpetuar su nombre o porque sus herederos prefieren pagar los derechos de sucesión en obras y no en dólares. A ello hay que sumar el bajón de la economía. Las perlas del mercado de arte norteamericano – Christie’s y Sotheby’s, las casas de subasta que también son líderes en Inglaterra- bajaron sus ventas. Y en el peor momento, estalló el escándalo.

En enero de 2000, Christie’s anunció que había entregado al Departamento de Justicia pruebas de un arreglo entre las dos casas para aumentar las comisiones que cobran a los compradores. Este arreglo viola claramente las leyes anti trust de los Estados Unidos, donde se toman muy en serio la lucha contra los monopolios.

Las pruebas se entregaron a cambio de una amnistía, pero ocurre que estas amnistías se otorgan sólo a la primera empresa que hace una denuncia anti trust. La gente de Sotheby’s corre ahora riesgo de prisión y multas enormes. La unidad se quebró y los miembros de Sotheby’s tienen expresamente prohibida cualquier relación con sus rivales. Para colmo, sobre ambas casas llovieron demandas de aquellos que habían comprado obras. El eco de estos escándalos en Wall Street fue equivalente a una zambullida, directo desde la Estatua de la Libertad al fondo barroso y contaminado del río Hudson.

 

Asterix se venga

La crisis cultural y económica de Estados Unidos no podía caer en mejor momento para París. La capital francesa había actuado como un faro cultural del mundo desde los tiempos de Luis XIV. Después de la Segunda Guerra Mundial perdió ese liderazgo a manos de Nueva York, pero la sangre quedó en el ojo.

Las noticias del desastre adversario llegaron cuando Europa y el euro se consolidaban mutuamente. El anuncio de que en pocos años se incorporará a la Comunidad todo el este de Europa, con poblaciones de gran potencial cultural, como los húngaros, los checos y los polacos, reafirmó la confianza de los franceses en un próximo período de grandeur comparable al de Luis XIV.

Mientras que en el mundo de la economía neoliberal, Alemania es más fuerte que Francia, en el mercado específico del arte los germanos arrastran los horribles antecedentes de las políticas culturales nazis, el aborto de sus vanguardias (clasificadas de arte degenerado), y el shock de la derrota bélica, del cual sólo ahora empiezan a salir sus artistas.

Roma puede disputar la primacía a París por la calidad de sus creadores y sobre todo por la de sus críticos, pero basta revisar cualquier obra académica del primer mundo para comprobar que, en ese contexto, “universal” significa “anglosajón con alguna referencia a Francia”. Cualquier intento de poner a un país latino en pie de igualdad es inimaginable.

De manera que los parisienses se encontraron con el campo libre para cargar.  Dos años atrás, el financista François Pinault había reunido la mayoría de las acciones de Christie’s por 800 millones de dólares.

La política de Pinault fue de bajo perfil, fomentando las ventas a través de la tradicional filial de Londres, de más de dos siglos de actividades, en lugar de mandar al frente a Piasa, la número tres de Francia, que también le pertenece. Pero ahora entró en batalla Bernard Arnauld, dueño de la corporación que administra Vuitton, Moët, Henessy.

Con sus valijas repletas de champán, se apoderó ágilmente de la rematadora de arte londinense Phillips, y está dispuesto a disputar la primacía, desde París, con la casa francesa Étude Tajan, la número uno de la “Ciudad Luz”.

Rodeado de asesores impecables, sumergido en un ambiente en el que siempre se criticaron los métodos de marketing que empleaba el mercado de Estados Unidos, libre de las salpicaduras del escándalo anti trust que embadurnaron a casi todos los grandes ejecutivos de Christie’s y Sotheby’s, los financistas franceses trabajan por un renovado esplendor. 

 

Resultados a la vista

Los resultados están a la vista. El 8 de febrero se vendieron en dos remates europeos más de 67 millones de dólares. Para quien todavía tenga dudas sobre la influencia de la economía en la estética, deberá repasar la nueva lista de precios récords. En salas atestadas de millonarios europeos que se quedaron con el 90 por ciento de las obras, los nombres de Pollock, Rauschenberg y Warhol ni se escucharon. Ahora se habla del austríaco Egon Schiele (doble autorécord, de 11 millones por una pintura y 2,6 millones por una obra sobre papel) y el británico Lucien Freud. De tan complicadas tramas está hecha la historia del arte.

Pero… ¡helas! Cuando nadie se lo esperaba, Étude Tajan cayó bajo el ojo de los fiscales galos por una vieja venta de 1994. Se trata de 14 esculturas del suizo Alberto Giacometti (1901-66), entregadas por Roland Dumas, ex ministro de Relaciones Exteriores y albacea de la viuda del escultor. Una de las esculturas fue vendida en privado por 200 mil dólares después de no alcanzar su precio mínimo en remate público. 

Es obvio que en el mundo del arte los únicos que se salvan son los artistas.

 

Batallas culturales

La batalla por la primacía cultural entre las dos capitales fue implacable a partir de la ofensiva norteamericana de posguerra. ¿Pero qué es una capital cultural y por qué vale tanto? Las capitales culturales pueden ser analizadas desde tres puntos de vista. El primero es formal, institucional: una capital cultural es la estructura capaz de construir e imponer los sistemas de interpretación de las obras y los conceptos que se consideran claves para una cultura. En otras palabras, en una capital cultural (y esto vale para las capitales subrogadas, como Buenos Aires) se deciden –para enormes áreas pasivas- cuáles serán los programas de educación, qué harán las instituciones académicas, a dónde irá el dinero público destinado a la cultura, cuáles serán los contenidos de los mensajes mediáticos, etc.

El segundo aspecto es el productivo. La capital cultural legitima y valoriza la producción de imágenes, textos, teorías y prácticas que formarán la historia oficial del arte “universal”: a la importancia política (formación de clases dirigentes, administración de disensos) en la capital cultural se suman beneficios económicos nada secundarios: producción de imágenes, concentración de servicios (museos, congresos, turismo).

Finalmente, la capital cultural es el elemento clave en el codiciado mundo de los prestigios simbólicos. Más aún que los codiciados precios de mercado, la capital cultural es la única estructura que puede rodear a una obra de un aura mítica que los artistas y públicos más refinados valorarán más que cualquier cotización.

Arte e ideología

No es de extrañar, entonces, que el liderazgo cultural sea tomado como una cuestión política por las grandes potencias. En 1946, miembros del congreso de Estados Unidos volvieron de Europa alarmados por la mala prensa que tenía Estados Unidos. Dentro del marco ideológico de aquella época, atribuyeron esa situación a la propaganda comunista. La reacción fue la ley Smith-Mundt de 1948. El punto fundamental era difundir una imagen clara de Estados Unidos: “si otra gente nos entendiera, les gustaríamos y si les gustáramos, harían lo que nosotros quisiéramos que hicieran” (Oren Stephens: Hechos para un mundo ingenuo, 1955).

El otro aspecto que determinó la ofensiva norteamericana fue económico. Los precios de las obras de arte de creadores estadounidenses estaban, por una razón de bonanza económica interna, hasta cuatro veces más altos que los creadores europeos de un nivel similar. Los marchands privados se negaban a llevar obras de norteamericanos al extranjero porque sabían que no las venderían.

La única manera de solucionar este problema era emprender una agresiva campaña de reconocimiento internacional para los artistas estadounidenses, de manera que se justificara su alta cotización. Pero este reconocimiento sólo podía llegar a través de instituciones oficiales como museos, academias y universidades. Inútil señalar que ocurre exactamente lo mismo en otros países. El arte deviene en política. 

En 1949, la popular revista Life, de distribución universal, publicó un artículo sobre Jackson Pollock que lo presentaba como un héroe cultural. Sutilmente, el personaje Pollock llenaba todos los requisitos del genio: individualista, audaz, antintelectual, original, integrado a la ciudad. Era todo lo que el gran público creía que debía ser un gran artista. Aparecía condimentado y horneado para convertirse en mito. Exactamente 40 años después, el mito seguía generando prestigio y dividendos con el excelente episodio de Scorsese con el filme de Historias de Nueva York.  

 


“París no se rinde”, en La Voz del Interior, suplemento Cultura, 15 de febrero de 2001.

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