Tecnología y novedad

Jorge Barón Biza | 28 de Octubre de 1999|


Primer ejemplo: en la más reciente exposición de Kassel, Alemania, se presentaron, mediante medios electrónicos, imágenes de perros que surgían de la nada abalanzándose sobre el espectador, que quedaba muy impresionado la primera vez…, porque en la segunda experiencia nadie le prestaba atención, como ocurre con las víctimas de los programas de cámara oculta.

Segundo ejemplo: una de las empresas más poderosas en producción de realidad virtual presentó, según una reseña de Art in América publicada en 1998, la última palabra en materia de “ambientación electrónica tridimensional computográfica”, llamada Ósmosis, especie de escafandra que respondía a cada movimiento de la persona que se la colocaba con sonidos y nuevos puntos de vista de lo que aparecía en el espacio virtual mientras los ojos se sumergían en juegos visuales. Los artistas fueron sustituidos por expertos de investigación visual computarizada y quien calzaba la escafandra era llamado “el inmersante”. Cuando uno de los inmersantes terminó con la sesión, hizo un comentario simple: “Parecía Disney”.

 

Los materiales del artista

En el apuro de la presentación de novedades apoyadas por grandes empresas, tendemos a olvidar que cada nueva tecnología no es otra cosa que un material, que podría o no ser útil a los artistas y cuyo significado dependerá del uso que se haga de ellos. Al respecto es conveniente recordar que, en el siglo XVI, cuando el peso de la pintura pasó del fresco al óleo, se hicieron muchos experimentos con distintas técnicas. De hecho, La última cena de Leonardo es uno de esos experimentos, bastante fallido, puesto que no queda casi nada de la obra. Peor resultado tuvo el mismo genio con el fresco que realizó en el Palacio de la Señoría en Florencia, en el que empleó un temple que rápidamente se derioró… aunque fue creado por Leonardo para ser eterno.

En un artículo que se publicó en este suplemento el 20/3/97 (sobre una nota aparecida en el The New York Times), se planteó nuevamente el inquietante problema de la inteligencia artificial. Renacían así algunos de los temores que suscitaban en la primera mitad del siglo el mito de los robots y en el siglo pasado, el golem y los zombies. Se mencionaba el caso de Mutator, un programa de computación capaz de dibujar, creado por el programa de investigación de IBM. La diferencia entre estos complejos programas (que pueden incluir el azar) y el artista es que éste va eligiendo opciones según un criterio o intuición de lo bello, lo bueno o lo conveniente, y la máquina no. La computadora nada puede hacer con conceptos como “estremecimiento”, “coraje”, “amor”, lo cual no quiere decir que no pueda ser muy útil a un artista estremecido, valiente y enamorado.

Un recurso que puede ser útil al espectador (y algunos críticos precipitados en la novedad) es desconfiar de la primera impresión. En cuestiones tecnológicas, la primera impresión es deslumbrante. Una de las maneras de sospechar la presencia del arte ocurre cuando cada revisión nos sugiere algo nuevo.

La tecnología, ligada muchas veces a intereses empresarios, tiene su autobombo y es natural y correcto que así sea. Pero el campo del arte es otra cosa. Cuando el artista búlgaro Christo empaquetó el Parlamento alemán, las empresas que proveyeron el plástico y las sogas lograron una promoción inimaginada en todo el mundo, pero el hecho artístico estaba en otra parte, en el uso del concepto de packaging como idea de renacimiento de una ciudad.

 

Presente continuo

En estos tiempos de endiosamiento de la imagen conviene recordar un texto del ensayista norteamericano Bill Viola, publicado en 1990, cuyo título es “La mortalidad de la imagen”. Supone una cámara que durante el tiempo de una vida humana ha grabado incesantemente un parque de estacionamiento. Ha presenciado a hombres que llegaban todos los días a su trabajo, siempre un poco más envejecidos, con sus cuerpos encorvándose; ha registrado los ciclos de la naturaleza, el crecimiento de los árboles, los cambios en la moda de la ropa y los autos. Sin embargo, no ha llegado a grandes síntesis, ni tiene almacenada ninguna sabiduría, ni conoce lindas historias para contar. Vivió en un continuo presente, que ni siquiera se parece a la psicología de los animales, que poseen instintos. El autor sugiere que estas cámaras, computadoras y otras máquinas sean guardadas en un gran altar para que una futura tecnología pueda descifrar, no de las películas o disquetes, sino de la superficie de sus piezas, la “verdadera experiencia”. Mientras tanto, es el hombre el que ocupa el escenario.


“Tecnología y novedad” en Suplemento Cultura de La Voz del Interior, Córdoba, 28 de octubre de 1999.

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