Jorge Barón Biza | 8 de Febrero de 1999|
A un lustro de su desaparición, los trabajos del plástico formado en Córdoba ganan día a día más trascendencia en el mundo.
En el arte contemporáneo universal, Bonevardi está entre los logros más coherentes para realizar la propuesta de Piet Mondrian de integrar arquitectura, pintura y escultura.
La capacidad que tuvo este creador –nacido en Buenos Aires, formado en Córdoba y que residió muchos años en Estados Unidos- para combinar el diseño arquitectónico con la composición pictórica y la floración escultórica impresionó desde muy temprano en su carrera a los ojos más penetrantes de todo el mundo. La crítica estadounidense Dore Ashton, una de las principales teóricas del expresionismo abstracto, lo puso a la altura de nombres como Joseph Cornell y Louise Nevelson.
Pero Bonevardi se distingue de sus contemporáneos internacionales afines por la solidez tectónica de sus construcciones, por la nitidez de las fuerzas puestas en acción y por un ritmo controlado de los elementos que emplea.
El tratamiento de los materiales, con su sorpresiva alternancia de incrustaciones plásticas y escultóricas en una estructura de muro, le permitió jugar de una manera totalmente original con elementos tridimensionales, como el plano semihundido con valorización de textura y las mencionadas incrustaciones, relacionadas con el resto de la obra a través del planteo de la escala. Otra de sus grandes tareas fue la de liberar recíprocamente el color y el objeto, permitiéndoles manifestarse como energías puras.
Bases para una polémica
Pero más allá de estas virtudes consagradas, conviene aquí plantear el americanismo de Bonevardi, tema contra el cual el mismo artista habría quizá puesto objeciones. Bonevardi afirmaba en lo personal su corazón cordobés, pero protestaba cuando se lo trataba de vincular con corrientes estéticas de este subcontinente.
“Lo que me interesa es construir un mundo paralelo –afirmó en una entrevista inédita realizada por alumnos de la Escuela de Artes de la UNC en 1977-, una civilización paralela a la nuestra, habitada de extraños paisajes, criaturas y arquitecturas, es decir un mundo imaginado por mí…”.
Sin embargo, una visión reflexiva de este mundo propio por parte del espectador sugiere bases –por lo menos en ciertos puntos- comunes con la obra de Torres García coincide en la elaboración de los equilibrios, en los que intervienen elementos de distinta naturaleza para sustituir las simetrías obvias, y en la ya mencionada lucha e independencia que emprenden color y sustancia, lucha en la que tonos muy compuestos (pardos y grises en Bonevardi) se entreabren a la materia mientras los primarios consiguen sólo espacios pequeños, pero por esta misma razón muy intensos.
La sustancia también requiere en ambos artistas zonas de transición para manifestarse cabalmente, ya sea en texturas graduales o en formas plenas y escultóricas, refugiadas en recovecos plásticos sometidas a grandes presiones. Estos objetos son a veces de perfección arcaica, geométrica, platónica, perfección siempre amenazada por las estructuras parciales o (en Bonevardi) los juegos de sombras reales o pintadas, y siempre rescatada en ambos por la estructura general de la obra, que evoca fragmentos de monumentalidad.
Las proporciones arquitectónicas americanistas, sumadas a la continuación de la escuela del paisaje urbano influido por pintores de Italia, tan característica de Córdoba y que todavía hoy es una marca de fuego en muchos artistas nuestros, serían dos de los rasgos locales de las obras bonevardianas.
Reivindicar los elementos cordobeses y latinoamericanos de Bonevardi no es tarea nueva, fácil ni obvia, ni reservada a un solo reseñador, pero sí necesaria en un momento de su posteridad en el que la “globalización” de su fama tiende a ignorarlos.
“Marcelo Bonevardi. El espacio material de un innovador”, en La Voz del Interior, Córdoba, 8 de febrero de 1999.