Humanizar el espacio

Jorge Barón Biza | 6 de Marzo de 1999|


Los orígenes de la escultura esclarecen el sentido de este arte que nació como la proyección de ideas en el espacio tridimensional. Unos 700 años después de que ocurrieran los hechos –si es que en verdad ocurrieron-, el cronista romano Claudio Aelio recogió la historia.

Cuenta que el escultor griego Polícleto, del siglo V antes de Cristo, realizó dos estatuas del mismo modelo, una según sus propias reglas estrictas, que se inmortalizaron como el Canon de Polícleto, minuciosa relación matemática de todos los elementos del cuerpo humano; la otra según el gusto generalizado que tendía al naturalismo, a la copia de la realidad.

Después invitó a personas famosas por su conocimiento del arte y su gusto delicado, y mostrándoles la segunda obra les pidió que sugiriesen mejoras. El escultor cumplió rigurosamente con las indicaciones. Finalmente, exhibió las dos estatuas. La modificada por la opinión de los expertos era ridícula; la otra, en cambio, realizada según las normas propias del artista, era sublime. Desde entonces, la escultura ha mantenido ese propósito de convertir el espacio en el medio de expresión ideal del artista. Estos ideales han variado enormemente. Incluso se han desmaterializado en algunas ramas del arte contemporáneo. Pero una característica, y sólo una, se ha mantenido a lo largo de los siglos: el intento de hacer del espacio, por medio de la escultura, una dimensión humanizada, no el lugar de la explotación o la destrucción, sino el ámbito de la expresión donde se encuentran artista y público, ambos fusionados en el amor a los ideales que la obra representa.

Sólo cabe consignar un detalle final: Polícleto, como los grandes escultores de su época, sólo trabajaba en bronce (o en marfil y oro). Todas sus estatuas fueron cuidadosamente fundidas por los bárbaros de siempre para convertirlas en armas. Nos quedan unas cincuentas marmóreas copias, de baja calidad por la imprecisión de la piedra, de su Diorífero, la obra que ejemplifica el canon. Los bárbaros de siempre juzgaron improductivo destruir estas copias. Los bárbaros de siempre no pudieron jamás destruir el canon.

De cosas así está hecha la escultura, pero los humanos, sumergidos en la historia, las olvidamos con frecuencia.


“Humanizar el espacio” en La Voz del Interior, Córdoba, 6 de marzo de 1999.

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