Los dragones de Leonardo

Jorge Barón Biza | 29 de Marzo de 2001


¿Cuál es la diferencia entre fantasía y realidad? Ninguna, para el artista.

El dragón es, en la tradición occidental, una fusión de animales peligrosos –víbora, lagarto, cocodrilo- que representa a fuerzas subterráneas y malignas. Bueno: el diablo. Pero Giorgio Vasari, el pintor e historiador del arte que vivió en el siglo XVI, nos cuenta en su biografía de Leonardo da Vinci, cómo el más grande de los artistas hizo del diablo un animalito doméstico.

“A un lagarto muy extraño que había encontrado el jardinero del Belvedere (uno de los palacios del Vaticano) le pegó las escamas que les había arrancado a otros lagartos, y le puso alas con una mezcla de mercurio que temblaban por el movimiento del animal al caminar. Le hizo ojos, cuernos y barbas, lo domesticó y lo tenía en una caja, y todos los amigos a los que se lo enseñaba, huían de espanto”.

Las buenas anécdotas no son nunca banales. Detrás del juego entre la fantasía y la realidad, alienta en Leonardo la idea de que la frontera entre ambos reinos es permeable y debe ser traspasada sin temor. “En el mundo de los sentidos (según lo anota el filósofo del siglo 20 Karl Jaspers, en Leonardo como filósofo) se desarrolla un permanente despliegue por encima del mundo sensible; pero nunca fuera de él. Y a la inversa: todo lo espiritual, para que sea, debe transformarse en superficie”.

Esta voluntad de transformar al diablo en un animalito doméstico reaparecerá en el arte: en el Fausto, en las tremendas vidas de los artistas románticos y en la primera modernidad, la de Baudelaire y Rimbaud. El poeta alemán Rainer Maria Rilke también expresó esta cualidad doméstica de lo fantástico y le quitó el aire maléfico y misterioso: “Todos los dragones de nuestra vida son quizá princesas que esperan de nosotros vernos bellos y animosos. Todas las cosas aterradoras no son quizá más que cosas sin socorro que esperan que nosotros las socorramos”.

Esta es la clave de los “dragones” de Leonardo. “Llevó a una sala suya –recuerda Vasari, el anecdótico-, en la que sólo entraba él, lagartijas, lagartos, grillos, serpientes, mariposas, langostas, lechuzas y otras especies extrañas de animales semejantes: de esta multitud, adecuadamente combinada, pintó un animalote muy horrible y espantoso, que envenenaba con el hálito y exhalaba aire de fuego… Y aunque sufrió mucho haciendo este trabajo, porque la sala estaba llena de los efluvios demasiado crueles de los animales muertos, Leonardo ni siquiera los notaba, debido al gran amor que le tenía al arte”.


“Los dragones de Leonardo”, en La Voz del Interior, suplemento Cultura, Córdoba, 29 de marzo de 2001.

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