El Monarca de las «Mil y Una Noches»

Jorge Barón Biza | 3 de Abril de 2001|

La muerte de su padre Hussein lo colocó inesperadamente al frente de pesadas responsabilidades políticas, en medio de la siempre renovada crisis del Medio Oriente.


En el pequeño baño del palacio real de Ammán, la capital de Jordania, apenas entran las tres personas: el periodista norteamericano Jeffrey Goldberg, del prestigioso The New York Times, la maquilladora con sus bártulos profesionales y Su Majestad, el rey Abdulah, que se somete a la acción transformadora de los pancakes y cremas. Con el agregado de pelucas y barbas postizas, la plenitud vital del monarca de 38 años queda disimulada detrás de una máscara que representa a un hombre mayor, marchito por las fatigas de la pobreza.

Vestido con ropas humildes y zapatillas sale al parque del palacio, donde lo espera el jefe de su guardia pretoriana, su medio hermano de 24 años, el príncipe Alí. 

Ambos se dirigen a una base militar cercana. Durante unos segundos hay una vacilación por parte de los uniformados, que no reconocen a Abdulah en disfraz, pero después estalla un vitoreo que demuestra la popularidad del soberano entre la gente del Ejército. Abdulah fue formado por academias militares inglesas, y un cuartel es para él algo así como una pileta de natación para un viajero que atraviesa el desierto. Es obvio que el rey controla al principal factor de poder de Jordania, sus fuerzas armadas. 

Las intenciones del monarca son viajar en taxi hasta la segunda ciudad del país, Zarqua. En otro coche lo acompaña su jefe de guardia, y en una Nissan cuatro por cuatro, los soldados más curtidos de su escolta. El rey le pide al periodista norteamericano que se deje de mirarlo embobado. En realidad, la presencia de Goldberg, especialista en Cercano Oriente, le sirve para distraer la atención de la gente. Zarqua es una ciudad con más tensiones internacionales que atracciones turísticas. Los visitantes prefieren otros destinos del país, como Petra, la asombrosa ciudad de los tiempos bíblicos cavada en la roca.

Aunque llevan armas, el grupo no se propone arrestar a un opositor ni dar un golpe de comando en alguna embajada extranjera. Quiere visitar de incógnito las oficinas recaudadoras de impuestos para tener testimonios directos de lo que el pueblo opina de las medidas gubernamentales.

 

Un viejo truco de 1300 años

En una región donde las balas y los magnicidios son los argumentos más frecuentes, Abdulah no le teme a los riesgos de pasearse entre su gente con poca seguridad. Tampoco se inquietaba su padre, el rey Hussein, que gobernó 47 años y pudo timonear exitosamente a pesar de la cantidad de crisis y cinco guerras cruentas en que se vio envuelta Jordania. Su pueblo lo recuerda a Hussein como el pintoresco enanito cubierto de medallas, pero que lucía aun con más orgullo a su esposa norteamericana (no era la única, según la tradición poligámica musulmana), la bella y rubia reina Noor –no es la madre de Abdulah– que ganó para la diminuta nación de su esposo un lugar en las revistas del corazón y la alta sociedad.

En realidad, lo que Abdulah hace al disfrazarse para mezclarse de incógnito con su pueblo es una vieja tradición muy bien conocida por todos los jordanos. El libro clásico de los árabes, «Las Mil Noches y una Noche», joya imperecedera de la literatura mundial y una colección de cuentos encadenados que retiene al lector (se recomienda la traducción del gran novelista español Vicente Blasco Ibáñez), tiene como principal protagonista al legendario califa Harún-al-Raschid (766-809), que en los cuentos aparece siempre hastiado de los placeres de palacio y de su enorme harén, y en espera siempre de la oportunidad de escaparse disfrazado a las tentaciones de la vida. Como Abdulah, Harún se hace siempre acompañar por el jefe de su guardia Masrur y su íntimo amigo, Giufar, de la familia de los bermecidas, emparentados con el rey. Pero las escapadas nocturnas de Harún no tienen sólo por objetivo saber en qué condiciones vive su gente. Lo espolea también el afán de aventuras y sobre todo, como un Don Quijote que tuviese el poder efectivo para cumplir sus sueños, el deseo de impartir justicia y premiar los tres grandes méritos que según Harún tienen los humanos: el talento de los poetas, la sabiduría de los ancianos y la belleza de las mujeres. Las «Mil Noches y una Noche» evocan la brillante juventud de Harún, su largo reinado… hasta su decadencia, cuando por cuestiones de poder mata a su mejor amigo, Giafar, y a toda su familia, los al-Barmaqui. 

Abdulah tiene muchos puntos en común con el legendario califa. Por sus venas corre la sagrada sangre de Mahoma (es descendiente en 43º generación), es audaz y desconfiado… y como Harún, puede encontrar en su propia familia algunos de los obstáculos más temibles de su reinado. 

En realidad, desde fines de la década del 60, el rey Hussein había designado como sucesor a su hermano menor, el príncipe Hassan. El mecanismo de la sucesión parecía bien aceitado. Después de todo, el rey había sobrevivido por pura suerte a complots y acechanzas. Cuando en 1998 los primeros síntomas de cáncer se presentaron en Hussein y el rey viajó a Estados Unidos para sus tratamientos médicos, pareció que había llegado la hora de Hassan. Sin embargo, en enero del ’99, pocos días antes de morir, Hussein alteró el orden de sucesión y nombró heredero a Abdulah. Los motivos de esta decisión son uno de los grandes misterios de la historia contemporánea, pero nadie objetó la voluntad del rey. Queda por saber cuáles celos y resentimientos se encendieron y arden en las sombras de la familia. Sólo la historia podrá revelar el misterio.

 

«Te conozco mascarita»

Cuando Abdulah llega a la oficina recaudadora de Zarqua se encuentra con el cuadro habitual de la administración pública en el Medio Oriente: multitudes de frustrados contribuyentes y las puertas cerradas a pesar de que el horario de apertura ya se cumplió. Con un bastón que es parte de su disfraz, golpea la puerta de la repartición: ni un alma. El rey está furioso, pero en un intervalo de humor se detiene justo debajo del retrato oficial que cuelga de una de las paredes, para que el periodista pueda compararlo con disfraz y de uniforme oficial. 

Después, el grupo se dirige al hospital. Abdulah envió previamente un equipo de falsos periodistas televisivos para que interroguen a los enfermos sobre cómo son tratados. Las respuestas se quejan más de la falta de equipos que de los médicos. 

De pronto, la atmósfera en la sala de espera del hospital se pone tensa. Quizá, la presencia de los falsos periodistas despertó la perspicacia de la gente. Un adolescente comenta: «Me parece que el rey anda por aquí». Hay un momento de confusión. Los guardaespaldas abren los ojos y palpan sus armas. La gente reconoce y rodea a Abdulah. El desconcierto crece entre los que tienen la obligación de cuidar al rey. De pronto una anciana le susurra: «¡Que Alá te dé larga vida!»

De regreso, Abdulah se muestra furioso, no porque lo hayan reconocido, sino por la falta de organización en las oficinas públicas. El periodista comenta

–¿Que sentirán los responsables de las oficinas cuando se enteren que el rey estuvo allí y no los encontró?

La respuesta llega concisa. Ya no es más el político el que habla, sino el soldado con muchos años de cuartel:

–Pánico. 

 

Junto con el nuevo rey de Marruecos, Mohamed VI, y el emir de Bahrein, jeque Hamad bin Isa al-Khalifa, Abdulah forma la nueva ola de gobernantes árabes, jóvenes prácticos, educados en Occidente, más preocupados por modernizar a sus países que por reflotar viejos odios. La historia de amor de Abdulah es un ejemplo de esta nueva actitud.

Después de la Guerra de los Seis Días, en el ’67, oleadas de refugiados de las zonas ocupadas por Israel invadieron Jordania. Su presencia en el país se convirtió en un problema amenazador: el líder palestino Yaser Arafat no podía dominarlos, los terroristas empezaron a actuar sin control, los atentados contra el padre de Abdulah se sucedían peligrosamente. Hussein tomó medidas drásticas: en 1970 atacó a los palestinos que vivían en su territorio en lo que pasó a la historia como Septiembre Negro (según la versión palestina) o Septiembre Blanco (según la versión nacionalista jordana). La lucha fue cruel y los coletazos se prolongaron durante más de un año. Un abismo separó a palestinos y jordanos.

Sin embargo, esta política le permitió a Hussein renunciar más tarde a los territorios de la orilla Este del río Jordán, donde los palestinos instalaron sus territorios autónomos. 

Esta cicatrización de las viejas heridas se refleja en el corazón de Abdulah. A pesar de su fama de Don Juan, se casó con Rania, hermosa palestina de los territorios de la costa Este del Jordán. Sus opiniones son, por lo menos, insólitas: odia a los comentaristas que lanzan opiniones contra la paz a pesar de estar ajenos a la situación cotidiana. «Yo sé lo que está ocurriendo allí. Es muy fácil para los de afuera, incluso judíos y palestinos, decir grandes palabras contra los procesos de paz. Ellos no son los que efectivamente están sufriendo. Hay gente que sufre, de ambos lados, el israelí y el palestino, pero no son siempre los que tienen la voz». 

Abdulah heredó de su padre una admirable habilidad para evitarle sufrimiento a su pueblo. Ahora, con el realismo de Rania, quizá esté en condiciones de aplicar esta habilidad a todo el Cercano Oriente.

El Reino de Abdulah y Rania

Nombre: Reino Hachemita de Jordania

Superficie: 89.326km2

Capital: Amman (fundada aproximadamente en el 4000 a. de C.

Población de la capital: 963.490  

Población del país: 4.682.000

Analfabetismo: 13,4%

Expectativas de vida: hombres: 70,9; mujeres: 74,8

Ingreso per cápita: 1390 dólares anuales

Desempleo: 15%

 

Fuente: Almanaque Mundial, 2000, Edición Internacional de Ed. Televisa.


“El monarca de las ‘mil y una noches”, sin datos de publicación

 

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