Ironía y calidad. La desaparición de lo banal

Jorge Barón Biza | Octubre de 1992|

El crítico de arte y poeta Rafael Squirru nació en Buenos Aires en 1925. Se formó en colegios jesuitas y en la Universidad de Edimburgo. De regreso a su país natal dio vía libre a su vocación por el arte: promovió la creación del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y fue nombrado su primer director. Después fue Director de Relaciones Culturales de la cancillería Argentina y Director de Asuntos Culturales de la Organización de Estados Americanos. Su trabajo crítico ha sido constante e intenso (…).


Rafael Squirru La crisis del arte contemporáneo puede ser examinada a partir de los malos entendidos que suscitaron los ‘ready mades’ de Marcel Duchamp. El primero de estos malos entendidos proviene de la importancia que los ‘ready mades’ tenían para el mismo Duchamp. Este artista era un trabajador lento y meticuloso. La última obra de su vida, ‘Etant donnés’, una ambientación que se exhibe en el Museo de Filadelfia, fue empezada a fines de la década del cuarenta y Duchamp trabajó en ella hasta su muerte, en 1968. Las grandes obras de la colección Arensberg de Filadelfia revelan el mismo cuidado de elaboración y reflexión. No ocurre lo mismo con los ‘ready mades’, esos objetos, esas cosas que por definición no pueden ser elaboradas por el artista y a las que Duchamp dedicó una atención relativamente menor. La prueba de ello es que los ‘ready mades’ originales se han perdido en su mayoría y sus admiradores tuvieron que ‘editar’ nuevas series, numeradas y firmadas, como hizo Arturo Schwartz en 1964. Las palabras del mismo Duchamp, citadas por Hans Richter en ‘Arte Dada y Antiarte’ son definitivas: ‘Les tiré a la cara el mingitorio como un desafío… y ahora lo admiran por su belleza’. Sin embargo, cada día se habla más de los mingitorios y menos de la obra pictórica de Duchamp. Para mí, el secreto de esta situación hay que buscarlo en los que han descubierto que no es necesario poseer el oficio del arte, en los que creen que se puede hacer arte sin saber dibujar o pintar, sin exigirse una disciplina cotidiana, en los que olvidan la exhortación de Braque: ‘¡Cada artista en su jaula!’.

La ‘jaula’ de Rafael Squirru es un altillo luminoso de la Avenida Santa Fe, atiborrado de libros y cuadros.

Una frente ancha cae con suavidad sobre su nariz aguileña y desafiante que se apoya sobre un labio inferior que sobresale en una sonrisa de incansable ironía. Squirru es uno de los pocos argentinos que puede aportar humor a su conversación. Eso, aquí, significa que tiene enemigos. Squirru es uno de los pocos argentinos que puede hablar con humor de sus enemigos.

  

 RS Los que no poseen el oficio del arte creen que ser artista es compatible con pasarse la vida en los cócteles y los cafés, ya que según algunas modalidades contemporáneas – que van de la falta de amor al desprecio -, ni siquiera es necesario hacer la obra; basta tener la idea y encargarla. En verdad, Duchamp nunca pretendió que sus ‘ready mades’ fuesen considerados como parámetros para realizar obras. Su intención fue enriquecer el objeto liberándolo de su destino de consumo. De esta manera trata de llegar a un punto cero de la realidad en el que se abren puertas para nuevas maneras de la objetividad, pero nunca confundió sus ‘ready mades’ con esas nuevas posibilidades. Con sus objetos sin transformar se burló de la actitud mercantil que amenaza permanentemente al arte. Pero este mercantilismo está tan arraigado en nuestros tiempos que esos mismo objetos se transformaron en bienes valiosísimos. Ahora la codicia se extiende también a los manuscritos y cualquier otro memento que haya dejado este artista, que dedicó sus últimos años primordialmente a jugar al ajedrez.

 

JB – ¿Cuáles fueron las consecuencias reales de estos equívocos en torno de Duchamp?

RS – Que algunos jóvenes crean que el arte consiste en tener alguna idea más o menos ingeniosa, para así ingresar, para así ingresar a las más altas esferas de la creatividad. No distinguen que una cosa es teorizar sobre el arte, y otra bien distinta es ver y apreciar el arte a partir de un ojo capaz de discernir la calidad. La actitud de los que no quieren exigirse y las teorías puras con disquisiciones ajenas a lo visual, han eliminado de nuestra estética contemporánea la noción de calidad, cuando precisamente la crítica de arte gira en torno de este tema. Si queremos reconocer la calidad con nuestros ojos, hace falta una ‘memoria cultural’ de por lo menos tres mil años, como pedía Goethe. El que se enfrenta a una escultura contemporánea y en el proceso de apreciarla no tiene presente el arte egipcio y todo lo que le siguió, no tiene nada que decirnos.

 

JB – ¿No es precisamente esa exigencia demasiado formidable lo que genera el facilismo de hoy?

RS – Si para hacer escultura basta colocar una escupidera en un salón, el arte pierde sentido. El arte es una creación a partir de la cual comulgamos con lo trascendente. En uno de sus últimos reportajes, Duchamp calificó a sus ‘ready-mades’ de ‘antiarte’. Por reducción al absurdo pretendía llamar así la atención sobre aquello que si era arte.

 

JB – Esa no fue precisamente la actitud de los que vinieron después.

RS – Pecaron de falta de humor y falta de libertad. Se comieron la ironía de Duchamp y tomaron solemnemente lo que era una propuesta sarcástica. El falso arte contemporáneo nos disgusta, no por aportar una renovación que en los hechos no se ve, sino porque nos lo endilgan solemnemente aquellos que sin ningún tipo de talento se escudan detrás de supuestas genialidades teoréticas. Toda esta situación no impide que el verdadero talento salga siempre a flote, ni impide que hayan surgido creadores verdaderamente afiliados al espíritu de Duchamp y lo tradujeran al ‘criollo’, como ocurre con ‘El cuartito del gordo’, de Federico Manuel Peralta Ramos, que, como los originales de Duchamp, también ha desaparecido. En estos casos se percibe un verdadero acto de protesta creativa ante un estado de cosas similar al denunciado por Duchamp. Lo mismo aconteció con el arte de las cosas, durante la década del 60, que sacrificó la perdurabilidad para expandir la conciencia.

 

JB – ¿Hay alguna posibilidad de que estas obras de auténtica propuesta se conviertan en clásicas?

RS – En realidad son manifestaciones de antiarte, pero aun así debemos desear que las manifestaciones auténticas voluntariamente efímeras – expresadas a través de un lenguaje metafórico, pero sólidamente instalado en el mundo de la visión – deban tener su propio espacio, en la medida en que no se las confunda con obras cuyas intenciones de trascendencia honesta les otorgan un sustento metafísico completamente distinto. El mingitorio no puede estar al lado de la Venus de Milo, porque son dos objetos ontológicamente diferentes. Ninguno de los dos creadores pensó en esa convivencia. No sé si los mingitorios tienen lugar en un museo. No creo. Requieren otro espacio, otra apreciación, porque están validados por otros mecanismos. Quizás el mismo mundo del consumo contra el cual Duchamp arrojaba sus mingitorios les encuentre un lugar para albergarlos.

 

JB –  ¿Cómo se puede establecer exactamente la diferencia entre la obra que busca la calidad y la obra que busca la ironía?

RS – Si un orador político se manifiesta de tal modo que un espectador indignado por la falta de coherencia y veracidad le arroja un huevo, se produce un hecho visual con significado, por ello no implica que el mismo ingrese al mundo de las artes plásticas. Tampoco es suficiente que el que arroje el huevo declare que su intención es artística. Sigue siendo un fenómeno de otra índole, que tiene su propio significado de protesta y oposición al orador. Podríamos analizarlo desde mil puntos de vista. Lo que no podemos hacer es evaluar el significado artístico de ese episodio. Debe quedar claro que cuando hablamos de artes visuales estamos hablando de un fenómeno estrictamente plástico, que nos conduce al plano de lo trascendente. Un artista sólo crece cuando es capaz de traducir emociones por medio de formas capaces de transmitirnos lo trascendente de esas emociones. Por esto no hay arte sin sensibilidad. Existen otros lenguajes – el científico, el filosófico – para estudiar las emociones con sentido objetivo. Ya lo dijo Torres García: ‘El arte no se dirige a nuestro ser pensante, sino al otro, al que siente e intuye’… y aquello que en materia de arte pretende eliminar los aspectos sensitivos transforma al producto en pseudo-arte.

 

JB –  ¿Qué perspectiva tiene esta situación?

RS La desaparición de lo banal. El arte va a existir mientras existan seres capaces de comunicar la trascendencia y otros capaces de comulgar con esas expresiones. Y como el ser humano siempre va a tener ‘nostalgia de Dios’, el arte siempre va a existir. Bueno es saber que la ola de los que se autoproclaman vanguardismo, imitando lo que fue vital en los años 60, no son más que una nueva academia tan aburrida y lamentable como la de aquellos académicos que confundían en el siglo pasado el arte con fórmulas cuya aplicación conduciría a la belleza; pero al menos tenían oficio. El arte es y será una manifestación del espíritu. ‘La letra mata; el espíritu vivifica’. Los que están aferrados a la letra no pueden perdurar. El espíritu se reconoce sólo frente al espíritu. Estas verdades las han puesto en práctica todos los artistas de todas las épocas y todos los que comulgan con sus obras, desde el primer bisonte de Altamira hasta Picasso o lo perduble del arte de Duchamp.


“Ironía y calidad. La desaparición de lo banal”, Arte al Día, Nº 45, Buenos Aires, octubre de 1992.  

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