Importante hallazgo artístico

Jorge Barón Biza | 1998|


En el refectorio del convento de los franciscanos de la ciudad de Córdoba se descubrieron pinturas murales realizadas aproximadamente en 1680, las más antiguas del territorio argentino actual. Se ha realizado el delicado proceso de restauración.

El historiador de arte Sergio Barbieri, quien junto con su esposa, Iris Gori, había realizado los relevamientos artísticos de las provincias argentinas de Corrientes y Jujuy, se hallaba tres años atrás cumpliendo el mismo trabajo para la provincia de Córdoba. En el día de Navidad paseaba por el centro de la capital, cuando, espoleado por su espíritu investigador y el tiempo libre decidió echar un vistazo al interior del refectorio y salón De Profundis del convento de los franciscanos, una de las pocas estructuras del edificio que habían sobrevivido a la demolición para dejar espacio a un moderno shopping. La gran sala era utilizada como obrador de la demolición. La oscuridad impedía ver las manos y las tablas del suelo crujían amenazadoras. Guiado por una linterna de bolsillo que siempre lleva consigo, el audaz explorador urbano recorrió con el débil haz las paredes hasta que se encontró con lo imprevisto, lo soñado: una gran tela tachonada directamente sobre la pared que representaba la caída de los ángeles, escuela cuzqueña de un buen taller en un estado deplorable. El edificio había sido declarado monumento histórico, pero nadie lo había relevado sistemáticamente hasta entonces.

Varios meses después todas las tramitaciones burocráticas legales y financieras estuvieron aprontadas gracias a un grupo de instituciones que aseguraban la seriedad del proyecto y entre cuales se contaban la municipalidad y el gobierno de Córdoba, la Universidad Católica, la Academia Nacional de Bellas Artes, la Fundación Antorchas y algunos particulares como el Sr. Emilio Huespe, el cuadro fue desclavado para su restauración. Pero mayor fue la sorpresa cuando debajo de donde había estado la tela se encontraron con una cartela pintada directamente sobre la pared: “Noble Francisco, que en vivas llamas suena tu fama en alta voz, por Serafín tan humillado, sois señalado del mismo DIOS”. La inscripción, protegida por la tela del cuadro, no había sido tapada por las diez capas de cal y  pintura que cubrían el resto de las paredes. Cuando gracias a Antorchas se pudo traer a Rodolfo Vallín, el estudioso mexicano que trabaja en el convento de San Agustín de Bogotá y es la mayor autoridad en pintura mural latinoamericana, el experto tuvo un juicio concluyente: “Es lo único que yo conozco en toda la Argentina, hoy como pintura mural del siglo XVII”.

El edificio había sido seriamente dañado en 1905, cuando una reforma imprudente abrió ventanas en la pared sur y elevó las que daban al norte. La restauración actual empezó por el techo de madera, donde el arquitecto Celso Pizzi trabajó escrupulosamente reponiendo las zapatas – moldeadas exactamente con los mismo métodos del siglo XVII -, renovando el encadenado y reforzando los cimientos con agujas arquitectónicas que aseguran la estabilidad. También se retiró el entarimado del piso, que estaba a un metro y medio de altura.

“Al revisar la documentación del convento – dice Iris Gori -, pudimos comprobar la lucha constante de los frailes contra las inundaciones. Carretadas de ladrillo, piedra bola y cal se perdían cada vez que el cercano río Suquía se desbordaba. Los primeros documentos son de 1613, pero aluden ya a construcciones anteriores. Recién en 1680 las obras fueron tan consistentes como para soportar los embates del río y las grandes tormentas. A medida que se fueron quitando las capas de encalado y aparecían las pinturas al temple originales se completó el panorama de la decoración: dos grandes bandas, una roja y otra verde, dan unidad al conjunto: entre ellas una decoración escaqueada en rombos que recuerda los azulejos sevillanos y de falavera. También aparecieron los escudos de la orden del convento y el de los dominicanos. Hay estilizaciones vegetales y fuentes con frutos. Las pinturas son de buena calidad y están realizadas a mano alzada, no calcadas con plantilla… Nuestra restauración empezó por estabilizar el revoque inyectando polivinílicos que son reversibles en el futuro. Después completamos la penosa restauración mecánica, que consiste en remover – a mano y con bisturíes – las capas de cal, las zonas destruidas son rasadas sólo con cal y arena, como hacía en el siglo XVII. Los revoques que hicimos serán indicativos, para señalar la composición ordinaria, sin repintados. Se emplea también el método acquasporca, que permite sugerir el color desvaído sin repintar.”

En la tarea meticulosa trabajaron Alicia Beltramino, Alfonso Barbieri, Mariana Panzetta, Luis Teniente, y se incorporó en marzo del ’97 Cristina Verbeek, de la Universidad de Colonia, Alemania, enviada especialmente por el profesor Erwis Wmmerling, director de restauraciones del estado de Baviera.

Según las eruditas investigaciones de la señora de Barbieri, en 1673 murió Isabel de la Cámara, viuda del primer pintor identificable que actuó en lo que después sería el territorio argentino, Juan Bautista Daniel.  Su viuda dejó en su testamento tres mil pesos para la capilla de la Vera Cruz. En este encargo trabajó Nicolás Palacios, que podría – y la investigadora subraya el sentido todavía hipotético de sus especulaciones – ser también el autor de las pinturas murales del refectorio. De hecho, según los documentos de época todo el convento estaba decorado con escenas de la vida de San Francisco, retablos e imágenes de la virgen de Copacabana. No hay que olvidar que durante todo el siglo XVII Córdoba fue más importante y más rica que Buenos Aires. La eterna tarea de restauración y conservación de los tesoros artísticos no tiene fin: apenas terminada la restauración de las pinturas, una invasión de termitas puso en peligro el techo y los elementos de madera del edificio.   


“Importante hallazgo artístico”, en ACI Arte Crítica Investigación, número 2, Asociación Argentina de Críticos de Arte, Secretaría de Prensa Servicio Latinoamericano de Información Cultural, Buenos Aires, 1998.

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