Jorge Barón Biza | 25 de Enero de 2001|
Dalmacio Rojas exhibe desde hace más de 40 años, aunque deja pasar mucho tiempo entre muestra y muestra. Los premios obtenidos en salones llenarían una página. El artista cordobés demuestra, junto a Noé y Gorriarena, la coherencia y la energía de los mejores.
La pintura dramática de Rojas, su mirada de profunda de inspiración popular, requieren un sistema binario de oposiciones que acentué las confrontaciones: la figura individual (con alardes de gran dibujo) frente a las multitudes, representadas con asombrosa variedad de recursos, desde las cabezas invertidas de El salto a las pinceladas ariscas de El poder se quema.
Esta estética de conflicto interno y desafío extremo se extiende también al uso del color, en el que el blanco, casi siempre usado con un sentido composicional, es asediado por los rojos y ocres con una constancia que tienta al espectador a echar una mirada estructuralista. Cuando el asedio se toma un respiro –El último acto- el blanco encuentra su sentido, siempre cercano a la quietud y a la muerte, y los rojos – como en La batalla– se define por oposición, por la vida en la lucha.
Estas oposiciones pueden ser analizadas en muchos otros terrenos: el espacio público y el cuerpo, las formas inventadas para no “encajar” en ninguna parte luchando contra los grandes efectos composicionales que hallan un orden para lo imposible, aquel que caracteriza a los creadores. En todos los casos tienen una función clave en el sistema estético de Rojas: las oposiciones le permiten siempre escapar de lo fácil, lo que ya ha logrado.
Se puede advertir también una asimilación sabia de los elementos del grabado, que Rojas practica con frecuencia. Aquí el uso del vacío, allí las rudezas de la xilografía. Que estos elementos propios de los pequeños formatos de la obra sobre papel sean empleados en telas de gran formato sin perder su eficacia es una de las hazañas calladas del artista.
El resultado de tantos años de realizaciones y reflexión en esta muestra ejemplar, de una riqueza irreflexiva, en la que resopla la ebullición primaria y salvaje de quien ya no necesita detener su pincel ante la duda técnica. Rojas se expresa con plenitud, en el torbellino de la alegría, una alegría que no pasa por la anécdota sino que brota directamente del empleo de los elementos plásticos, un mundo que ríe con carcajadas sarcásticas proferidas desde esos límites donde habita el drama, la locura, la idiotez de los iluminados y, por encima de todo, la creación artística, única fuerza capaz de concentrar las anteriores en una imagen-espejo que nos enseña con entusiasmo de abismo, lo que debemos saber que somos.
“El pintor y sus armas. Exposición de pinturas de Dalmacio Rojas en el Museo Genaro Pérez”, en La Voz del Interior, suplemento Cultura, 25 de enero de 2001.