Jorge Barón Biza | 15 de Noviembre de 1999|
El plástico cordobés expone relieve y objetos en los que vuelca su maestría técnica para configurar con humor un grupo de insólitos personajes de estos tiempos.
Desde 1983, Eduardo “Boyo” Quintana expone con frecuencia en Córdoba a pesar de que vivió en el extranjero muchos de esos años. Como su maestro, Carlos Alonso (de quien fue impresor de grabados), no puede perder definitivamente el contacto con la sociedad que lo alberga. Pero al querer ubicarlo en el campo de la plástica local, surge junto con Alonso, otro pintor clave de nuestro medio, Antonio Seguí.
Quintana reconoce algunas proximidades de su obra con la de Seguí, pero aclara que no son queridas, aparecen como aproximaciones que se viven en estos años insólitos. “Boyo” no es el único artista cordobés que trabaja sobre maniquíes despersonalizados, cuya mayor expresividad está en la actitud titiritesca del cuerpo. Las piernas largas como zancos despegan al personaje de la tierra y lo dejan a merced del desequilibrio. En un primer vistazo, las esculturas de papel y madera de Quintana suscitan una sonrisa por su gestualidad exagerada y sus amaneramientos, pero apenas se detiene el espectador y reflexiona, surge la cercanía del ridículo, los gestos apresurados, que señalan, por encima de Seguí, a los dibujos de revistas humorísticas argentinas populares en los ’40.
Quintana no es el único: el muñeco despersonalizado que se ve constreñido a tomar actitudes inestables, inminentemente absurda, ha sido reelaborado varias veces este año en muestras de artistas locales. ¿Flota entre nosotros la sensación de que estamos en otras manos, que somos títeres sin destino propio, más allá de la parodia?
Síntesis y fantasías
Quintana se caracteriza por plegarse a los materiales que usa. Sus esculturas son pasta de papel, madera y alambra. Por debajo de la maleable pasta, se adivina el sostén del alambre, siempre sintético, moderador, recordando el equilibrio y poniendo límite al desborde. Con esta fuente escondida, pero rectora de austeridad, entran en relación, en la sala de exposiciones, grabados y pinturas en los que se produce una abrumadora acumulación de buena línea y desbordante fantasía, que inevitablemente establece contactos con la sobriedad sintética de las obras tridimensionales.
Estas relaciones entre los sintético –apoyado además en la composición por figuras y colores planos primarios, poco saturados, de origen suprematista y Bauhaus- y el hormigueo humano, es una de las aventuras de la exhibición. El tema es entonces la comunicación, una comunicación entre seres aislados que lanzan sus proclamas desde globitos de comics en los que se entrechocan titulares de diarios confusos e ininteligibles, una comunicación que no consigue armar mensajes explícitos, pero que está visualmente presente, con sus confusiones, sus acumulaciones, sus imposibles desplegados bajo los ojos. En fin, una comunicación problemática pero que es el oxígeno nuestro de cada día, y con la que tendremos que lidiar –así sugiere Quintana- para salir del ridículo, la servilidad, lo caricaturesco.
“El equilibrio lejos de la tierra”, en La Voz del Interior, Córdoba, 15 de noviembre de 1999.