Jorge Barón Biza | 28 de Diciembre de 2000|
La obra de Florencio Molina Campos retrata el mundo rural argentino con recursos que la crítica se resiste a incorporar plenamente al ámbito de la historia del arte.
La manera de representar el mundo rural argentino que logró Molina Campos obtuvo un arraigo indiscutible en la sociedad argentina a través de los famosos almanaques. A juzgar por la cantidad de visitantes de la muestra, ese arraigo se mantiene vigente.
Florencio Molina Campos no es menos que otros artistas que han logrado una manera fácilmente identificable –como por ejemplo el colombiano Fernando Bottero-, pero tampoco más.
Esta línea de arte tiene características propias: va montada sobre algún elemento institucional (empresa, organización política, estructura ideológica), se desarrolla sobre su propia repetición, sin tolerar casi cambios, y se dirige a un público más amplio que el de galerías. Cuando prende, la relación y la fidelidad de este público son un fenómeno clave si se busca un camino para que el arte tenga una amplia repercusión.
La segunda línea para aproximarse a Molina Campos se desarrolla a lo largo del tema de la caricatura. La resistencia de los críticos para incorporarla plenamente es obvia: nombres como los de Divito, Oski, Medrano, Cognini o Crist están todavía excluidos de la historia del arte, y opacados por el éxito mayor de sus vecinos, los de la historieta. Sin embargo, el fundamento de la caricatura –la representación a través de la distorsión- es contradictorio y por lo tanto profundamente humano y artístico.
Dentro de este panorama, Molina Campos sobrepasa la atención originaria de los caricaturistas por los rasgos, para entrar en la esfera de los pocos que, como Hogarth, no pintan caras, sino mundos. El mundo rural argentino se presta particularmente para esta especialidad. El paisano es un ironista nato, se encuentra a cada paso con una realidad impostergable que choca con la difusa e inefectiva de las instituciones cargadas de símbolos.
Ezequiel Martínez Estrada señaló, en Radiografía de la pampa, otra de las claves plásticas del mundo rural argentino, la relación metafísica con el paisaje que implica una relación con la caricatura: “El hombre de la pampa es el exponente de lo que circunda y ya tiene la forma acabada de lo informe”.
Esta cualidad profundamente argentina de Molina Campos lo lleva a trabajar con un elemento que, entre los de su especialidad, es muy poco empleado: el espacio libre, esas grandes masas de no forma que acentúan las distorsiones de la caracterización. En esto, Florencio Molina Campos es único, insuperable.
Por otra parte, una mirada sociopolítica no puede dejar de advertir que sus almanaques aparecieron en dos períodos conservadores (1930-1936 y 1940-1945). Su pampa es arcádica hasta en los conflictos. Ningún rasgo de maquinismo o industrialización. No es de extrañar que la serie haya terminado en el emblemático ’45.
El contexto de época explica la mesura de Molina Campos, pero no por ello deja de ser ejemplar. La carnavalización de la mímesis que supone la tarea de la caricatura implica siempre la tentación de exagerar: demasiada fealdad, demasiado énfasis, demasiado drama junto a demasiada risa (y aquí encontramos al contemporáneo de Molina, Patoruzú). La imagen de Molina Campos no hace reír; incita a la sonrisa por los tiempos idos, pero sus personajes no están bufonizados hasta lo inverosímil. Detrás de los rasgos “cargados”, hay siempre una dignidad de persona y un lirismo humano captado por el artista en profundidad y a través de lo caricatural. Es su hazaña. Sustituye la falta de invención plástica con paladas de observación, con las que llega al fondo valioso de sus personajes y de su público.
“Caricaturas de la pampa”, en La Voz del Interior, Suplemento Cultura, Córdoba, 28 de diciembre de 2000.