Jorge Barón Biza | 11 de Mayo de 2000|
La primera modernidad argentina, la del ’20, fue una “modernidad a la moda”, con Borges pegando ejemplares de su revista mural en el Barrio Norte y Girondo difundiendo sus poemas desde carrozas decoradas. Antonio Berni (1905-1981), cuyos grabados e ilustraciones se exponen a partir de hoy en el Museo Caraffa (frente a la plaza España), tomó sobre sus hombros la tarea de emplear las rupturas vanguardistas para hacer chirriar la realidad de su país, midiendo al mismo tiempo las diferencias con Europa.
No se puede calificar a Berni como un petardista nato. Sus comienzos, en las postrimerías de la década del ’20, tienen –junto con el vanguardismo aprendido en París- anclajes históricos, clásicos, ortodoxos. Debemos suponer que fue la indignación frente a las injusticias sociales la que alimentó en él las renovaciones de la década del ’60, cuando su técnica sólida, con vislumbres de surrealismo, se transforma en el torrente de ideas innovadoras en el que la pintura arrastra objets-trouvés, collages, assemblages, técnicas mixtas… y las lágrimas de Juanito Laguna y Ramona Montiel, sus dos personajes víctimas de la historia. Con más imaginación que los frívolos pops argentinos que surgían entonces, Berni logró también más humanitarismo.
El campesino sumiso que habían imaginado los beneficiarios de la inmigración y que Berni reflejó en sus obras de comienzos del ’30, se transformó en estos contrahechos inmigrantes internos que llegaban a las ciudades con hambre y amenazaban, por su sola presencia inocente, el festín de los negocios. Entre ambos extremos de esta trayectoria, la lección del arte precolombino que Berni asimiló en los ’40, en su viaje por el norte argentino, Bolivia y Perú; y las inesperadas citas del arte religioso barroco.
Su manera de representar la figura humana, acortada, volumétrica, antiapolínea, con sus caras cercanas al plano del cuadro y sus grandes ojos que parecen a punto de romperlo, crea una nueva forma de monumentalidad, muy alejada de los héroes de bronce y ópera, muy apropiada para la inmortalidad de los sufridos y marginados. Entre lo feo y lo lindo, elige lo feo porque lo feo perdura en su verdad reveladora.
Una técnica revolucionaria
Dentro de su obra los grabados ocupan un lugar importante. Se dedicó a ellos intensamente. A los míticos grabados surrealistas realizados en París, siguieron litografías con reminiscencias clásicas. Ya en 1944 había material para que la editorial Kraft le dedicara a su obra gráfica una de sus tradicionales carpetas de “Colección de Arte Argentino”.
Berni vio en las técnicas del grabado una alternativa al gigantismo doctrinario del arte soviético y el muralismo mejicano, una manera de multiplicar lo único y hacerlo llegar a muchas manos, en una relación artista-público más individualizada que la del mural o el monumento. La calidad de sus xilografías fue reconocida en 1962, cuando obtuvo el premio de dibujo y grabado en la Bienal de Venecia con una serie de Juanitos Lagunas. Pero eso fue sólo el comienzo de un camino.
Dentro de un lenguaje a la vez denunciador e intimista, conservó su gusto por el relieve, un gusto que parece imposible en ese terreno. En algunos casos, el espesor de los volúmenes sobrepasa los cinco centímetros y tuvo que fijarlos con epoxi y yeso.
Los problemas técnicos que suponían estas masas en las etapas de entintado e impresión son difíciles de imaginar. Quedan testimonios de Berni retocando una y otra vez sus trabajos para reparar los desgarros que producía las imprimaciones. También incorporó en sus grabados objetos-hallados, hasta crear “una nueva técnica de grabado –como escribe Cecilia Rabossi en el excelente catálogo- que reúne el procedimiento de copia a la prensa de la xilografía, el collage que incorpora al taco formas hechas, pegadas o moldeadas al negativo, y el relieve que le permite obtener diversos grados de volúmenes”.
Berni consigue aunar lo político con la sugerencia de lo fantástico en una alquimia muy pocas veces lograda en la historia del arte, y que tiene un solo objetivo: lo humano.
Berni, el hombre ilustrado. La Voz del Interior, Córdoba, 11 de mayo de 2000.