El espacio y la luz de América

Jorge Barón Biza | 6 de Julio de 2000|

La obra del pintor cordobés no agotó aún la indagación crítica. El adjetivo “impresionista”, con que se lo encasilla, requiere un análisis más profundo para rescatar sus verdaderas cualidades.


A fuerza de talento, obvio, los cuadros de Malanca (1897-1967) obtuvieron reconocimiento nacional. Las historias del arte argentino lo ubican como un “impresionista”, lo que haría de él un creador muy dotado, pero largamente epigonal. La cuestión es interesante porque estamos en presencia de un destino arquetípico de los artistas que realizaron sus carreras en las provincias. Juzgados con los esquemas y periodizaciones de los centros de arte internacionales aceptados por Buenos Aires, los creadores de las provincias aparecen cargados de talento pero muy rezagados en la carrera innovadora.

En este punto, la crítica debe poner su palabra para esclarecer situaciones demasiado generales. En lo que se refiere a Malanca, es tan insensato negar una matriz impresionista como quedarse solamente con ella. Ya Rafael Squirru tuvo la prudencia perspicaz de agregar un “post” en su estudio sobre el pintor.

 

Para empezar a hablar

Malanca trabajó –inquieto- durante medio siglo. Tratar de caracterizarlo por un solo rasgo sería una manera de desprecio. Los juicios sobre un conjunto de cuadros tan grande e intenso están siempre precedidos de la advertencia implícita “en muchas de sus etapas”. No fue uno de esos pintores que se apoltronan en una manera inconfundible, pero su inquietud tampoco tuvo el carácter ostentoso de los paladines de la modernidad como Picasso. Hay que acortar la mirada para ver la materia pictórica en tenso estado de ebullición.

Cuando llegó a Europa, en el ’23, ya era un artista formado; no obtuvo las críticas favorables de allá después de varios años de estudio en el Viejo Mundo, sino en los primeros meses. Antes de viajar, durante su último año de estudio académico, ganó un premio de adquisición en el Salón Nacional. 

Pocas obras se ven de aquella época  (en el Cabildo hay una que presumiblemente se remonta a 1918) pero es obvio que practicaba una pintura de formas muy sintéticas, influidas por el simbolismo y el art-nouveau de su maestro, Emiliano Gómez Clara, aunque sus temas ya eran los de las escuelas del “aire libre”.

Esta subsistencia de la forma sintética reaparece en etapas posteriores de su carrera y se la percibe con claridad en sus paisajes de las altas montañas (en la muestra Los Gigantes I y II de 1934 y 1936, o Lago Titicaca, de 1927) de Córdoba, Bolivia y Perú, donde la falta de vegetación desnuda una estructura para nada impresionista. Otra característica de Malanca –que complementa la tendencia hacia las grandes estructuras abarcadoras- es su interés por la arquitectura. El pintor es más descriptivo en sus edificios –por lo general tratados como tema- que en sus vegetales – por lo general tratados como masa en actividad-.

Estos dos rasgos lo llevan a un gusto por los grandes espacios y una reticencia a encerrarse en los rincones vegetales pintorescos tan típicos del impresionismo. En esta necesidad del gran espacio para realizarse como artista subyace el americanismo de Malanca, entendido como una praxis pictórica y no como una proclama política.

En tercer lugar, Malanca, en Europa, se interesa principalmente por Segantini, quien, como divisionista, trataba de esclarecer las intuiciones del impresionismo de manera casi científica.

La pincelada de Malanca carece de la detallada y efímera descripción de la luz propia de los grandes maestros del impresionismo. Es una pincelada creadora de sustancia, de aquello que está en la materia debajo de la descripción y el detalle contingente.

Esta aspiración del artista lo fuerza a trabajar muy estructuradamente en este nivel, apelando en ocasiones a recursos muy originales. Por ejemplo (en la muestra, muy claro, en Arroyo Serrano de 1940), series “minimalistas” de pinceladas de igual trayecto y con muy leves variaciones de color.

El análisis de todos los recursos que despliega Malanca a lo largo de medio siglo de trabajo –y de los cuales hemos tratado solo de dar algunos ejemplos- lleva al asombro. La muestra en el Cabildo es una buena oportunidad para refrescar esa admiración.


“El espacio y la luz de América” en La Voz del Interior, Córdoba, 6 de julio de 2000.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *