Jorge Barón Biza |2018|
Cualquier manual de filosofía del arte nos ilustra con definiciones de la belleza: “La aparición sensible de la idea” (Hegel), o “la coherencia de los juicios que contiene la esencia misma de la virtud” (Cicerón), o “lo que gusta universalmente y sin conceptos” (Kant), o “la expresión lograda” (Croce). Pero más que detenernos en estas definiciones, que por lo general aparecen dentro de sistemas filosóficos que les dan un sentido acabado, prefiero delimitar los paradigmas dentro de los cuales se definió tradicionalmente la belleza en la filosofía occidental: 1)Como manifestación del Bien. Platón y la contemplación amorosa de las ideas. El neoplatonismo y su derivación teológica. 2) Como manifestación de la Verdad. La identificación realista de belleza y verdad: romántica y positivista. La verdad como manifestación de la idea comprobable universalmente. 3) Como Proporción que implica un ordenamiento inteligente realizado por un sujeto (Dios o por el artista), y descifrado por artista o por público. Los escolásticos, los renacentistas y los constructivistas (en esta teoría, la función toma el lugar del sujeto). 4) Como Sensibilidad, es decir, como capacidad subjetiva de reaccionar frente a un objeto. Las dos vertientes de esta tendencia: a) el agudizamiento de la sensibilidad estética (Baumgarten y la responsabilidad ante la belleza); b) la sensibilidad como utilidad o placer (Stuart Mill, David Hume y el hedonismo). La dependencia del objeto y la propuesta de Immanuel Kant: el placer desinteresado, independiente de la necesidad, asegura la belleza como libertad suprema que sólo requiere la comprensión de los fines. 5) La belleza como Expresión de impulsos vitales. Benedetto Croce y Henri Bergson.
Estas teorías proponen que la idea de belleza es siempre un factor que opera, ya sea en el objeto, la idea o el sentimiento expresado. En alguno de estos tres ámbitos subyace lo bello constituido en esencia inmutable, que solo suscita un significado posible. Pero en los tres ámbitos también se pueden presentar las respectivas desviaciones: materialismo, conceptualismo y la arbitrariedad.
Las críticas al concepto de lo bello: las estéticas del sujeto absurdo y las estéticas sin sujeto
0) La modernidad: La valorización de la ruptura por la ruptura en sí. Estos artistas realizan voluntariamente (y esta intención los diferencia de los artistas románticos, que también pueden quedar aislados, pero como destino trágico no buscado) un doble desgarramiento: de la tradición y de la sociedad. El papel del artista es inventar formas cuyo único objetivo es demoler y dejar fuera de circulación las formas heredadas. El ejemplo paralelo de la moda. Estas nuevas formas serán a su vez, demolidas por la siguiente oleada, es un proceso cada vez más acelerado. En estas condiciones, el único proyecto posible es el suicidio repetido del arte, que ya no tiene contenidos que comunicar salvo el de la reflexión constante sobre su propia desaparición.
1) La crítica marxista: El objeto de arte es determinado por factores económicos y de lucha de clases. La importancia del arte radica en su papel de reforzar o debilitar un sistema de producción y dominio. El absoluto partidario de Lenin y la resistencia de Georgi Plejanov y Antonio Gramsci: el arte como vía para superar el egoísmo de clase y camino a la alianza con otras clases progresistas.
2) La crítica estructuralista: La esencia es la función. Un antihumanismo que niega al sujeto. Ve sólo conjunto de signos y supone que siempre hay una lógica que se puede descifrar. Presupone la superioridad de los sistemas sobre el sujeto autónomo: en palabras de Jaques Lacan, cuando creemos hablar, habla el sistema de nuestro discurso. Se postula así un determinismo, en el que no queda lugar para la libertad individual. En esas condiciones, ¿qué es comunicable? Sólo se pueden comparar estructuras, y aún eso es discutible (v. adelante).
3) La crítica existencialista: Dios ha muerto y el hombre está condenado a una libertad absoluta. Cada sujeto elige el sentido de sus acciones. La existencia es anterior a la esencia. En estas condiciones, no es de extrañar que Jean-Paul Sartre, su representante más famoso, se comprometiese con causas políticas que proponían una lucha, sin advertir que muchas de ellas eran contradictorias entre sí, como la de Argelia, nacional y fundamentalista, y la de los obreros franceses, económica y europeista. Los mismos existencialistas llegaron al fondo de sus teorías al abordar la idea de absurdo, que es la sensación de perfecta gratuidad del mundo, de la historia y del sujeto. No hay nada que descubrir en presencia de los objetos, las ideas y los sentimientos, los tres grandes motores de las estéticas tradicionales.
La filosofía contemporánea y las imposibilidades de lo bello y la comunicación
1) El nihilismo de Marc Cioran: El Universo como un vacío. La acción y la voluntad como armas para no reconocernos como parte de ese vacío. El vacío no comunica nada, pero Cioran falla en definir quién tiene esa voluntad y quién realiza esas acciones encubridoras.
2) El ataque desde la epistemología (Paul Feyerabend y Thomas Khun): Los sucesivos fracasos de las metodologías científicas para dar cuenta total de la realidad. Cada método y cada estructura que genera sólo puede relacionarse con otros términos de la misma estructura. Las estructuras son inconmensurables entre sí, incluso las de lengua y habla. Cada lenguaje produce un método de interpretación distinto y por consiguiente, hechos distintos, hasta llegar a un relativismo absoluto, que en sus últimas consecuencias hace imposible incluso la comunicación dentro de la misma estructura, apenas se la expone a las variaciones de la temporalidad y la historia.
3) El ataque al deseo (René Girard): no existe el deseo propio, es una ficción de los relatos. Para que tengamos deseo, es necesario un mediador –externo o internalizado- que nos obliga a valorar el objeto. Dios es sustituido por una figura que pone toda la intención y la capacidad del sujeto en la posesión de algo que sólo es deseado por el mediador. La realidad como un mundo publicitario. La multiplicación de los deseos fragmenta al sujeto hasta el punto de hacerse irreconocible para si mismo y por lo tanto no puede comunicar nada más que el deseo que le ha sido ordenado desde afuera.
4) El ataque desde la metafísica (Gianni Vattimo y Jaques Derrida): No hay fundamento metafísico del ser y no hay verdad que corresponda a lo bello y la comunicación. La comunicación no es más que un recurso retórico, una diplomacia que ajusta diversidades de discursos que no se relacionan con ninguna base estable. Sólo cabe prestar atención al silencio, a lo que no se ha dicho, al proceso de deconstrucción del discurso, pero en este silencio lo único que se puede encontrar son las tácticas que originaron el discurso, no un criterio de belleza ni un espacio de comunicación.
Como resultado de estos ataques, la filosofía del arte se encuentra acosada por el paradigma de posmodernidad. La posmodernidad ya no procura, como la modernidad, romper con el pasado y la sociedad, sino que los incorpora a si misma, pero los incorpora después de vaciarlos de contenidos. Esta operación de vaciado se realiza mediante recursos como el congelamiento de sentimientos, la yuxtaposición de citas e ideas contradictorias que quedan sin resolver, el simulacro, la incorporación de la obra posmoderna de formas anacrónicas, de distintos períodos, sin un centro que las integre, de manera que constituyan lo que se considera la expresión cabal de la posmodernidad: el pastiche. Una estética que se funda en el sentimiento de que todo ha sido ya dicho y que lo único que se puede hacer es visitar el pasado con la picardía de un plagiario. La yuxtaposición de ideas, objetos o sentimientos contradictorios, anula toda posibilidad de construir un sujeto estable, es el fin voluntario, ya no del arte, como querían los modernos, sino de los artistas.
Al rescate de lo bello
¿Cómo llegamos a esta situación de posmodernidad, en lo que se refiere a la estética? Basta considerar las innumerables opiniones completamente diferentes que los comentaristas de distintas épocas han vertido sobre las obras maestras. Sólo ahora, al cabo de treinta siglos de peripecias de arte tenemos acumulado una cantidad de testimonios suficiente para sospechar que la obra no se ha presentado a través de los tiempos como una esencia inmutable, sino –en el mejor de los casos- como una riqueza siempre renovada de significados, con los que los testigos estuvieron vivencialmente comprometidos, o –en el peor- como una ambigüedad incomprendida. Dentro de esta nueva certeza, tres filósofos han tratado de recuperar el concepto de lo bello como noción que nuevamente opere en la filosofía del arte y de la ética.
El análisis de Hans Georg Gadamer y Karl Otto Apel, basado en la filosofía de Jurgen Habermas
Esta nueva corriente parte del análisis del concepto del Otro, y deduce que el único ámbito donde el sujeto encuentra un espacio para comunicarse activamente con el mundo es el diálogo. Inmediatamente aparecen dos condiciones éticas obvias: a) la comunicación debe producirse en doble sentido y b) en condiciones ideales de libertad. Una tercera condición ética del diálogo tal como lo concibe este pensador es que –puesto que el diálogo en una sociedad y en un tiempo histórico, por lo tanto presupone c) un consenso sobre los fundamentos de esa sociedad. Finalmente, para que se produzca el diálogo comunicativo, d) el consenso debe resguardar las particularidades subjetivas, porque estas particularidades son lo único que tiene sentido comunicar: comunicar lo universal es redundante. Este consenso falta tanto en el marxismo, con su teoría material de la historia, como en el capitalismo global de nuestros días, con sus propuestas anónimas que parten en el primer caso del partido único y en el segundo de la corporación internacional: ambos imposibilitan la comunicación en dos direcciones porque asfixian al sujeto con mensajes que no esperan retorno.
La comunicación en el diálogo es la única que crea un espacio intersubjetivo en el que se puede desarrollar una acción que se orienta hacia el entendimiento. Dentro de esta línea de pensamiento, la nueva ética propuesta se define fácilmente: se trata de la tendencia a construir las condiciones universales de todo entendimiento posible, conciliándolas con las nuevas necesidades históricas. El peor enemigo de este esquema es el intento por individuos o instituciones de imponer la propia identidad por manipulación de mensajes, que sustituye al diálogo.
“Las concepciones tradicionales” publicado póstumamente en Al rescate de lo bello, Caballo Negro Editora, 2018.